TUITEEMOS:

lunes, 30 de marzo de 2020

Hasta aquí


Se acabó. Son palabras llenas de intencionalidad pero vacías, lo sabemos los dos, tú lo sabes, yo intento asumirlo.

No se puede poner límite a un sentimiento de un día para otro, se puede disimular, tragar saliva y callar por no herir, pero no puedo hundir este bolo amargo que se me aferra a la garganta cada vez que te recuerdo.

Puedo jurarme y comprometerme que no voy a ir ni un paso más allá pero al cabo del tiempo volveré a preguntarte, a preocuparme, a molestarme en saber de ti, si estás bien, cómo te va, qué ha sido de los tuyos.


Me reafirmo en que no, en que esta vez ya he llegado al punto de retorno, y a la vez me digo si no será todo una manera tuya de tratar de darme un aterrizaje suave después de tanto como hemos volado. Sin cortarme las alas, poniendo un colchón de plumas, como siempre, dudo. Me negué lo bueno y me sigo negando a creer lo malo.

Con cada pequeña mención, con cada breve destello, con cada palabra a ti asociada afloras en mi cabeza. Tu ciudad, tu trabajo, tu voz, tu familia, tus ojos, tu sentido del humor, tu pelo, tu forma de vestir, tus labios, tu coche, tu nariz…afloran por todas partes y cada uno de ellos me lleva al otro sin preocuparse de si hay fronteras o kilómetros de por medio, desearía ir a tu encuentro...pero no, todo no, ya no. Se ha acabado.

Escrito para #relatosLímites  de @divagacionistas

jueves, 19 de marzo de 2020

YO

Lo que vas a leer no soy yo, yo no soy yo.

Yo no he sido yo prácticamente nunca, porque yo no soy más que el espacio que hay entre vosotros...incoloro, inodoro, insípido, sin dejar mucho más que una leve sensación, húmeda al tacto, de brumoso recuerdo.

Es cierto, es así, soy así, sólo que no soy yo. En mi naturaleza líquida pensaba que lo habitual era fluir, no permanecer inmutable, yo sólo soy contenido sin contenedor.

Y sin contenedor no soy nada, me disipo, me evaporo y tiendo a concentrarme para no desaparecer, concentrarme en mí mismo, en mi nada. Y ya en la más absoluta vaciedad de mi egoísmo me condenso de nuevo en mi yo líquido, más espeso, más pasivo y más renuente a cualquier estímulo.

No es la primera vez que he creído ser otras cosas. A lo largo de mi existencia pasé por distintos lugares a los que me adapté pero, como si fueran cajas de cartón mojadas, los deshice con el paso del tiempo, rompiéndolos por las juntas, sin apenas esfuerzo hasta desbordarlos, hasta considerarme libre, dejando restos empapados y rotos.

Cuando un contenedor se rompía era por su propia debilidad, nunca era yo, yo no era, yo era un humilde líquido sin propiedades dañinas, yo sólo los empapaba y empujaba al límite de ruptura pero se rompían solos, yo no podía ser culpable de nada porque, aunque lo fuera, yo soy informe y no soy yo.

Inodoro, incoloro, insípido, informe...no inerte, ni inocuo.

Nunca me había planteado mi existencia en términos de repercusión, siempre había vagado negando los elogios y tratando de no disgregarme ante los golpes. Cuando eres un fluido es fácil, todo parece irremediable al principio pero sin solución de continuidad la gravedad y el tiempo te hacen volver a tu ser sin daños aparentes, al fin y al cabo yo no soy yo, ni lo era cuando recibí cada golpe, era otra cosa, tenía otra forma que nunca he vuelto a recuperar.

Y entonces llegó el día en que se aproximó a mí, al líquido que no soy yo, sin más útil que sus palabras, sin contenedor alguno trató de recomponerme como algo que no era, que nunca fui ni seré...trató de hacerme alguien. Pero sin herramientas ni cajas donde depositarme cometió un grave error, decidió que nos compartiéramos, optó por beberme.

Fue una sensación inesperada, deslizarme por sus labios, humedeciendo e igualando cada pequeña línea de su piel, aromatizándome en cada espiración, dejándome caer dentro de su boca, derramándome hasta el último espacio libre, templándome con su aliento, fundiéndome con su saliva, jugando con su lengua y dejando que jugase conmigo.

Entonces fue cuando descubrió que pese a mi inerme aspecto era dañino, ponzoñoso y corrosivo, cuando ya era tarde. Su espasmo de horror y dolor me hizo pasar las puertas de su garganta y alcanzar el resto de su ser.

Y aquí estoy encerrado, provisto de un cuerpo que no es el mío, esperando que su descomposición sea pronta y volver de nuevo a mi ser, mi ser líquido, amorfo y aparentemente inocuo, mi ser egoísta, mi ser inodoro, insípido e incoloro, mi no ser yo.



lunes, 16 de marzo de 2020

Miedos

(esta entrada la comencé a redactar en diciembre, hoy sólo he releído, retocado un par de erratas y cambiado un par de percepciones actualizándolas)

La soledad y la muerte son los míos, vaya esto por delante.

Todos tenemos miedos, y hablo de miedos reales, de pensamientos que cuando se nos aferran profundo nos generan ansiedad, depresión y una sensación racional de horror que puede provocar una irracional ilusión de impotencia. Y hablo de miedos, no de fobias, ni aprensiones, ni odios.

Miedos que nos paralizan, que no nos dejan pensar con claridad, que condicionan nuestro comportamiento, que quizá podemos controlar con un enorme esfuerzo de orden mental, que no es precisamente lo más frecuente cuando nos asaltan, pero que surgen de dentro de nosotros y no necesitan un desencadenante específico, aunque puedan tenerlo puntualmente, son recurrentes, porque sí, porque estamos ociosos...

Vaya también por adelantado que no soy psicólogo, ni mucho menos. Yo diría incluso que lo que cuento puede ser contraproducente para determinadas personas, pero es únicamente mi opinión, no merece ser tomada en serio, sólo es un regurgitar de ideas. Si escribo esto es porque recientemente he leído algunos textos, (mensajes, tuits y otros blogs), que han podido expresar cosas que pensaba, pero que no había conseguido concretar ni mental ni verbalmente. Me ha hecho bien ver que en determinados aspectos no soy tan raro como a veces me siento y que seguramente poner negro sobre blanco estas impresiones podía ayudarme a canalizarlas.

Así que esta catársis es para mí, tiene un objetivo egoísta.

La soledad es mi miedo menor, no me refiero al sentimiento de soledad cuando efectivamente se está solo, si no al que aparece cuando se está acompañado. He tenido épocas de buscar el aislamiento de todo y creo que es algo, incluso, sano de vez en cuando.

Hace muchos años abrí este blog, precisamente por esa misma sensación, acababa de mudarme a Madrid para estar con la que entonces era mi novia y sin embargo, pese a su compañía, me sentía muy solo, desamparado en una ciudad tan grande, sin conocer a apenas nadie, sin lugares comunes a los que acudir en busca de amigos (o al menos lugares comunes cercanos).

Era un sentimiento nuevo para mí, hasta entonces había sentido añoranza, o la necesidad concreta de tener a alguien cerca, pero no una sensación general de abandono, de que todo se me hacía enorme y vacío.

Curioso, toda la vida viviendo en un lugar rodeado de páramos y enormes distancias sin presencia humana y era en la ciudad más atestada de España donde me sentía más expuesto a las inclemencias. De ahí surgió el nombre del blog, por cierto.

Esta sensación de soledad ya no me ha abandonado desde entonces da igual el lugar en el que haya vivido. Hay épocas en las que apenas aflora y otras en las que está constantemente sobre mi hombro, como un carroñero esperando abalanzarse sobre los restos de ánimo que pueda encontrar.

Pese a ser un miedo menor es una preocupación mayor porque aunque hay ocasiones en que puedo controlarlo yo solo, sin ayuda, otras muchas no. En esos otros momentos necesito usar (sí, usar, así sin entrecomillados) a alguien para que espante ese miedo. Y esta actitud mía seguro que ha hecho daño a más gente de la que he sido consciente, aunque no valga de nada os pido disculpas si en alguna ocasión os he arrastrado a un lugar opresivo, lo siento, pero en esa misma situación seguramente volvería a hacerlo, no tengo otro modo de gestionarlo.

Por otro lado el miedo a la muerte es un miedo mayor, sobre todo porque la muerte es imparable. Recuerdo perfectamente, puede que sea uno de mis primeros recuerdos nítidos, cuando descubrí lo que era la muerte, su inevitabilidad. 

Tenía cinco años y, supongo que a raíz de la muerte de algún familiar, mi madre charló conmigo sobre el tema, no dio ningún rodeo, no me mintió, siempre le agradeceré no dulcificarlo. Pese a que mis padres me estaban dando una educación católica en aquél momento no recurrió a los consabidos cielo e infierno, eso ya me lo explicaban en catequesis, fue directa y sincera: "no sabemos lo que hay o si hay algo".

Recuerdo la sensación de vértigo ante la posibilidad de que no hubiera nada, la imposibilidad de imaginar esa nada absoluta sin límites de tiempo, el terror de no ser, de no estar. Muy por encima incluso del tormento eterno de un hipotético infierno la vacuidad infinita se me antojaba mucho más indeseable, no puedo decir insoportable puesto que no habría sensación alguna ni de paso del tiempo, ni de nada, es algo muy difícil de imaginar, pero me sigue causando pavor.

Algunas veces aún me pasa, normalmente cuando intento liberar mi mente de las preocupaciones cotidianas, que por algún resquicio se cuela aquella primera impresión de la muerte, del paso impenitente del tiempo y me angustio, muchísimo, se me coloca un nudo en el pecho de los que no deja llenar por completo los pulmones, la glotis se convierte en una bola que al tratar de tragar saliva se activa con un sabor salado y, sólo, si consigo reunir las fuerzas suficientes para suspirar evito las lágrimas.

De pequeño la injusticia de tener una fecha de caducidad me daba mucha rabia, me parecía muy injusto que la vida tuviera fin sin que cupiese otra posibilidad. Y no era la aleatoriedad de no saber la fecha final, era el hecho de tenerla, por lo que todos esos lemas de "aprovecha el presente", aunque válidos y bienintencionados no alivian una mierda la sensación. Imagino que la moderación es cosa de la edad, esa mierda de frase "es ley de vida" acaba calando aunque sea un convencionalismo vacío y cada vez estos ataques son menos frecuentes, salvo cuando me sobrevienen en momentos en que ya tengo aferrada la soledad, como los actuales.

No recuerdo sin embargo haber sentido rabia, ni miedo, cuando falleció mi padre. Yo tenía trece años, mi padre llevaba un par de semanas en el hospital donde había ingresado por pancreatitis. Recuerdo nítidamente cuando mi madre y mi hermana volvieron del hospital, era de noche pero no especialmente tarde pese a ser verano. Me extrañaron sus caras serias, me dijeron lo que había pasado, no pude reaccionar. Incluso recuerdo a mi cuñado, llevándome aparte mientras ellas iniciaban los trámites con el seguro, diciéndome que era normal llorar mientras caminábamos hacia mi habitación para garantizarme cierta intimidad, supongo que por ese estúpido prejuicio de que los chicos no lloran, ni aunque tengan 13 años. Recuerdo estar sentado en la cama, mirando por la puerta de mi habitación y viendo la puerta de su habitación, pero no lloré. No sentí temor ni rabia ni ese día, ni durante el velatorio, ni durante el funeral, supongo que no estaba dispuesto a aceptarlo.

Espero de verdad que sea cosa de la edad y que a medida que se acerque mi hora vaya contemplando el momento con mayor benevolencia...Ahora la Muerte sólo me da miedo, aunque las muertes infantiles, accidentales o por enfermedades, las verdaderamente injustas, vaya, siguen reavivando en mí aquella sensación infantil de ira e impotencia. 

Aquella sensación por la que durante varias noches me desperté llorando, histérico, gritando "no quiero morir" mientras mi madre me abrazaba y trataba de consolarme con toda la tranquilidad y el amor que sólo se tiene por un hijo. Hoy, siendo yo padre, no creo que fuera capaz de no derrumbarme si tuviera que enfrentarme a una situación así.

Pero precisamente hoy no puedo ni siquiera afrontar esa situación, me encuentro aislado en mi habitación en Madrid, provisto de nadie al alcance de la mano, lejos de mi familia, lejos de mis amigos, lejos de cualquiera que pudiera darme un abrazo y tranquilizarme, lejos de cualquiera ante el que poder hacerme el fuerte, tragar saliva y pretender que no me afecta tanto, que "estoy bien".

Pero gracias a que vivimos en la era de las redes sociales puedo hablar con mucha gente, de algún modo sentir que mis impresiones no son sólo mías, que todos pasamos por momentos así a lo largo del día y que entre todos levantamos la misma carga. A veces hay gente en la que confiamos más que nos defrauda, otras de quien menos lo esperamos nos surge un aliento vital.

Usad las redes sociales más en estos días si estáis, u os sentís, solos, rodeaos de quienes os quieran apoyar y quienes no lo hagan dejadlos a un lado, no les odiéis, a lo mejor ellos necesitan aislarse para gestionar sus propias vidas o están superados por la situación. Simplemente no forcéis las cosas, cuesta un cojón y no siempre podremos, yo al menos no puedo habitualmente, y si...nada, apurad el presente, no planifiquéis, sólo os llevará al agobio, afrontad los problemas de uno en uno, no os dejéis llevar por el miedo, respirad hondo cuando os pueda la angustia, cuando os asalten las ganas de llorar, todos pasamos por lo mismo, hasta los que van de más duros flojean.

Ánimo a todos y si os hace falta desahogaros, no lo dudéis con un amigo o un desconocido, que no se os enquiste la pena que se acumula y acaba desbordando y entonces ya tiene mala solución.

Un abrazo a todos.

martes, 3 de marzo de 2020

No voy a regresar

Están siendo días complicados. A ratos me siento como desde hace tiempo que no lo hacía, sin embargo algo he cambiado, quizá no en lo esencial, pero sí en mis circunstancias.

Al menos estoy seguro de haber hecho lo correcto, si no en todo, sí en la mayor parte de mi vida. Y allí donde erré me aferro a una esperanza que quizá ya es sólo un fantasma, pero que no por ello deja de ser mía. Y ahora que mi mayor compañero es el tiempo no veo motivo para no emplearlo esperando lo que quiero, sea imposible, haya que esperar sine die o aunque me carcoma la impaciencia.

Estoy seguro de no mirar atrás con odio, tendré que filtrar lo malo y quedarme con lo mucho bueno que hubo, atesorarlo, y emprender un camino que me aleje en primer lugar de mis propios miedos. No será fácil, no está siendo nada fácil, pero es lo que hay porque así lo he aceptado, porque he llegado hasta aquí decidido.

Para mí escribir es un alivio, como para un borracho que vomita para mí poner en letras lo que me pasa por la cabeza me ayuda a ver mis ideas con perspectiva, a despejar la mente, a sacar de mi interior lo tóxico. Cuando escribo soy menos protagonista y más testigo, más autor. Y eso me deja ordenarme, reescribirme, reorganizar, aceptar y adaptarme a cosas que si no las saco de dentro se me hacen insufribles.

No busco escarnio propio en público ni casito, tengo decenas de entradas en borradores que nunca han visto la luz y probablemente jamás la vean, los más crudos, los más hirientes. He borrado incontables mensajes y tuits sin llegar a mandarlos por el mismo motivo...sólo el hecho de haberlos plasmado ya me bastaba para templar el nervio, el miedo o la angustia aunque fuese temporalmente.

Algunos de ellos con el tiempo se han vuelto ridículos, otros ridículamente dolorosos, porque ya no los podré mandar a quien iban dirigidos en inicio, y muchos, la mayoría, ni siquiera existen. Pero en general todos son testigos de su momento...el siguiente texto lo escribí en febrero de 2019:

"Aquella mañana también hizo acto de presencia. No había un día que antes de sacar un pie de la cama no apareciera aquella sensación de estar al límite de la extenuación mental. No se debía a que hubiera dormido mal, no era porque hubiera dormido poco, ni siquiera que hubiera dormido sin compañía era el motivo.

Se sentó en el borde de la cama y tras darle un par de vueltas a su futuro inminente, acabó asumiendo una vez más cada una de las tareas que, se suponía, debían servir para anticiparse a esa nube gris de pensamientos recurrentes que ocupaba aquellos huecos con una familiaridad insolente. Como solía suceder no dio resultado, la congoja no llegaba ya nunca anticipada porque hacía meses que se había quedado alojada permanentemente.

La ducha se había convertido en un ritual donde el ruido del agua amortiguaba el martilleo de aquellas diatribas. Un alivio temporal, una manera de embotar los sentidos, de saturarlos de sensaciones fugaces que había que atesorar…pronto volverían los temores.
Sacó el café del microondas, notó el calor aumentando ligeramente en la yema de los dedos hasta resultar doloroso, otro pequeño castigo, otra pequeña vía de escape, otra manera de sentirse con vida que no funcionaba ya. Antes se habría enfadado, ya no, ya daba igual, habían hecho que diera igual.

Tenía miedo de seguir, pero también del cambio, la inseguridad, el pánico al vacío, el horror de la costumbre, la asechanza de ser realmente como decían que era, de depender de la aceptación y de no aceptar ser dependiente.

Se quitó el albornoz y se vistió con su ropa habitual. Prendas oscuras, holgadas, anónimas, para camuflarse, ojalá ser invisible. Cogió el almuerzo, aunque sabía que se lo comería frío mientras se hacía un ovillo en el sofá cuando volviera por la tarde.

El viaje era corto, un tramo de autovía permitía evitar el centro de la ciudad y a la mayoría de conductores sin alma, eran tan parecidos que ya no recordaba cuál fue el último día que sintió algo por ellos que no fuera un remedo de fraternidad desconsolada.

Entró con la creciente punzada del miedo albergada en su interior. El guardia de seguridad observó su caminar con una expresión reflejo de la suya propia. Durante un fugaz instante hubiera jurado que sonreía, pero no era posible. No, allí nadie lo hacía.

Y llegó a su diario quehacer, a la displicencia, al desprecio, a la exigencia ingrata, al llorar silencioso tras la puerta del baño. Cómo echaba de menos aquellos arranques de furia de cuando aún se veía capaz, cuando aún se sentía un ser humano, cuando aún quedaban esperanzas.

Se quedó pasada su hora, como era habitual, alargando la tortura. No hizo falta que insistieran, ya conocía la amenaza de otras veces, que lo repitieran sólo era parte del sadismo diario, ya sabía a qué atenerse.

Mientras se incorporaba a la autovía miró las cunetas, apetecía refugiarse en ellas como en cálidas huras… a veces pensaba que si fuera sólo un poco más valiente podría olvidarse de una curva, tomar imprudentemente un desvío y terminar con todo aquello. Quizá,  si no tuviera miedo de no conseguirlo del todo y acabar atrapado con sus pensamientos…los guardarraíles parecían bajos, quizá con la suficiente velocidad…

Aquella mañana también hizo acto de presencia. No había un día que…"


Está firmado con pseudónimo, no recuerdo por qué. Es además un pseudónimo extraño, no es ninguna de mis identidades habituales...

Sólo lo saco a la luz para daros las gracias a todos los que me habéis ayudado desde entonces, tanto en redes como en persona, a evitar ese pensamiento recurrente. Amigos, familiares y desconocidos que se han acercado a darme una palabra de aliento, a intentar hacerme sonreír, a contarme su experiencia por si me servía de ejemplo y esperanza y a relativizar mis pesares, porque por mucho que los sintamos, porque son nuestros, hay que tratar de ponerlos en su justo lugar.

No voy a regresar a ese punto de mi vida, lo tengo muy claro. Me lo habéis dejado muy muy claro, yo no soy ese. Algunos me habéis ayudado mucho, muchísimo en momentos puntuales. Otros incluso durante semanas o meses.

Pero, sobre todo, con este texto quiero reconocer a la persona que más hizo en aquellos meses iniciales por sacarme de ese pozo en el que no se me veía, pero estaba, cuando nadie más supo verme. Quien más me ha hecho sonreír este último año aunque sintiera que no podía.

Alguien que entonces simplemente era una imagen electrónica más pero hoy, pese a desencuentros graves, enfados y encontronazos, es una de las personas más importantes en mi vida real sin haber llegado (aún) a vernos sin pantalla mediante

Alguien a quien nunca le ha faltado una palabra para alentarme cuando me ha hecho falta o un minuto para escucharme cuando lo necesitaba, fuera la hora que fuese, porque tiene un corazón y una bondad con unas dimensiones que nunca jamás había encontrado antes. Alguien que ahora no está pasando un momento feliz. A ti me dirijo. porque tú también eres tú aunque a veces no sientas que lo eres.

Me encantaría poder hacer por ti todo lo que has hecho por mí. Te mando mucho ánimo, mucha fuerza y todo el calor y el cariño que puedo mandarte y el que no puedo mandarte también, de algún sitio o tiempo lo robaré. Para ti todo, a tu servicio siempre.