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lunes, 16 de marzo de 2020

Miedos

(esta entrada la comencé a redactar en diciembre, hoy sólo he releído, retocado un par de erratas y cambiado un par de percepciones actualizándolas)

La soledad y la muerte son los míos, vaya esto por delante.

Todos tenemos miedos, y hablo de miedos reales, de pensamientos que cuando se nos aferran profundo nos generan ansiedad, depresión y una sensación racional de horror que puede provocar una irracional ilusión de impotencia. Y hablo de miedos, no de fobias, ni aprensiones, ni odios.

Miedos que nos paralizan, que no nos dejan pensar con claridad, que condicionan nuestro comportamiento, que quizá podemos controlar con un enorme esfuerzo de orden mental, que no es precisamente lo más frecuente cuando nos asaltan, pero que surgen de dentro de nosotros y no necesitan un desencadenante específico, aunque puedan tenerlo puntualmente, son recurrentes, porque sí, porque estamos ociosos...

Vaya también por adelantado que no soy psicólogo, ni mucho menos. Yo diría incluso que lo que cuento puede ser contraproducente para determinadas personas, pero es únicamente mi opinión, no merece ser tomada en serio, sólo es un regurgitar de ideas. Si escribo esto es porque recientemente he leído algunos textos, (mensajes, tuits y otros blogs), que han podido expresar cosas que pensaba, pero que no había conseguido concretar ni mental ni verbalmente. Me ha hecho bien ver que en determinados aspectos no soy tan raro como a veces me siento y que seguramente poner negro sobre blanco estas impresiones podía ayudarme a canalizarlas.

Así que esta catársis es para mí, tiene un objetivo egoísta.

La soledad es mi miedo menor, no me refiero al sentimiento de soledad cuando efectivamente se está solo, si no al que aparece cuando se está acompañado. He tenido épocas de buscar el aislamiento de todo y creo que es algo, incluso, sano de vez en cuando.

Hace muchos años abrí este blog, precisamente por esa misma sensación, acababa de mudarme a Madrid para estar con la que entonces era mi novia y sin embargo, pese a su compañía, me sentía muy solo, desamparado en una ciudad tan grande, sin conocer a apenas nadie, sin lugares comunes a los que acudir en busca de amigos (o al menos lugares comunes cercanos).

Era un sentimiento nuevo para mí, hasta entonces había sentido añoranza, o la necesidad concreta de tener a alguien cerca, pero no una sensación general de abandono, de que todo se me hacía enorme y vacío.

Curioso, toda la vida viviendo en un lugar rodeado de páramos y enormes distancias sin presencia humana y era en la ciudad más atestada de España donde me sentía más expuesto a las inclemencias. De ahí surgió el nombre del blog, por cierto.

Esta sensación de soledad ya no me ha abandonado desde entonces da igual el lugar en el que haya vivido. Hay épocas en las que apenas aflora y otras en las que está constantemente sobre mi hombro, como un carroñero esperando abalanzarse sobre los restos de ánimo que pueda encontrar.

Pese a ser un miedo menor es una preocupación mayor porque aunque hay ocasiones en que puedo controlarlo yo solo, sin ayuda, otras muchas no. En esos otros momentos necesito usar (sí, usar, así sin entrecomillados) a alguien para que espante ese miedo. Y esta actitud mía seguro que ha hecho daño a más gente de la que he sido consciente, aunque no valga de nada os pido disculpas si en alguna ocasión os he arrastrado a un lugar opresivo, lo siento, pero en esa misma situación seguramente volvería a hacerlo, no tengo otro modo de gestionarlo.

Por otro lado el miedo a la muerte es un miedo mayor, sobre todo porque la muerte es imparable. Recuerdo perfectamente, puede que sea uno de mis primeros recuerdos nítidos, cuando descubrí lo que era la muerte, su inevitabilidad. 

Tenía cinco años y, supongo que a raíz de la muerte de algún familiar, mi madre charló conmigo sobre el tema, no dio ningún rodeo, no me mintió, siempre le agradeceré no dulcificarlo. Pese a que mis padres me estaban dando una educación católica en aquél momento no recurrió a los consabidos cielo e infierno, eso ya me lo explicaban en catequesis, fue directa y sincera: "no sabemos lo que hay o si hay algo".

Recuerdo la sensación de vértigo ante la posibilidad de que no hubiera nada, la imposibilidad de imaginar esa nada absoluta sin límites de tiempo, el terror de no ser, de no estar. Muy por encima incluso del tormento eterno de un hipotético infierno la vacuidad infinita se me antojaba mucho más indeseable, no puedo decir insoportable puesto que no habría sensación alguna ni de paso del tiempo, ni de nada, es algo muy difícil de imaginar, pero me sigue causando pavor.

Algunas veces aún me pasa, normalmente cuando intento liberar mi mente de las preocupaciones cotidianas, que por algún resquicio se cuela aquella primera impresión de la muerte, del paso impenitente del tiempo y me angustio, muchísimo, se me coloca un nudo en el pecho de los que no deja llenar por completo los pulmones, la glotis se convierte en una bola que al tratar de tragar saliva se activa con un sabor salado y, sólo, si consigo reunir las fuerzas suficientes para suspirar evito las lágrimas.

De pequeño la injusticia de tener una fecha de caducidad me daba mucha rabia, me parecía muy injusto que la vida tuviera fin sin que cupiese otra posibilidad. Y no era la aleatoriedad de no saber la fecha final, era el hecho de tenerla, por lo que todos esos lemas de "aprovecha el presente", aunque válidos y bienintencionados no alivian una mierda la sensación. Imagino que la moderación es cosa de la edad, esa mierda de frase "es ley de vida" acaba calando aunque sea un convencionalismo vacío y cada vez estos ataques son menos frecuentes, salvo cuando me sobrevienen en momentos en que ya tengo aferrada la soledad, como los actuales.

No recuerdo sin embargo haber sentido rabia, ni miedo, cuando falleció mi padre. Yo tenía trece años, mi padre llevaba un par de semanas en el hospital donde había ingresado por pancreatitis. Recuerdo nítidamente cuando mi madre y mi hermana volvieron del hospital, era de noche pero no especialmente tarde pese a ser verano. Me extrañaron sus caras serias, me dijeron lo que había pasado, no pude reaccionar. Incluso recuerdo a mi cuñado, llevándome aparte mientras ellas iniciaban los trámites con el seguro, diciéndome que era normal llorar mientras caminábamos hacia mi habitación para garantizarme cierta intimidad, supongo que por ese estúpido prejuicio de que los chicos no lloran, ni aunque tengan 13 años. Recuerdo estar sentado en la cama, mirando por la puerta de mi habitación y viendo la puerta de su habitación, pero no lloré. No sentí temor ni rabia ni ese día, ni durante el velatorio, ni durante el funeral, supongo que no estaba dispuesto a aceptarlo.

Espero de verdad que sea cosa de la edad y que a medida que se acerque mi hora vaya contemplando el momento con mayor benevolencia...Ahora la Muerte sólo me da miedo, aunque las muertes infantiles, accidentales o por enfermedades, las verdaderamente injustas, vaya, siguen reavivando en mí aquella sensación infantil de ira e impotencia. 

Aquella sensación por la que durante varias noches me desperté llorando, histérico, gritando "no quiero morir" mientras mi madre me abrazaba y trataba de consolarme con toda la tranquilidad y el amor que sólo se tiene por un hijo. Hoy, siendo yo padre, no creo que fuera capaz de no derrumbarme si tuviera que enfrentarme a una situación así.

Pero precisamente hoy no puedo ni siquiera afrontar esa situación, me encuentro aislado en mi habitación en Madrid, provisto de nadie al alcance de la mano, lejos de mi familia, lejos de mis amigos, lejos de cualquiera que pudiera darme un abrazo y tranquilizarme, lejos de cualquiera ante el que poder hacerme el fuerte, tragar saliva y pretender que no me afecta tanto, que "estoy bien".

Pero gracias a que vivimos en la era de las redes sociales puedo hablar con mucha gente, de algún modo sentir que mis impresiones no son sólo mías, que todos pasamos por momentos así a lo largo del día y que entre todos levantamos la misma carga. A veces hay gente en la que confiamos más que nos defrauda, otras de quien menos lo esperamos nos surge un aliento vital.

Usad las redes sociales más en estos días si estáis, u os sentís, solos, rodeaos de quienes os quieran apoyar y quienes no lo hagan dejadlos a un lado, no les odiéis, a lo mejor ellos necesitan aislarse para gestionar sus propias vidas o están superados por la situación. Simplemente no forcéis las cosas, cuesta un cojón y no siempre podremos, yo al menos no puedo habitualmente, y si...nada, apurad el presente, no planifiquéis, sólo os llevará al agobio, afrontad los problemas de uno en uno, no os dejéis llevar por el miedo, respirad hondo cuando os pueda la angustia, cuando os asalten las ganas de llorar, todos pasamos por lo mismo, hasta los que van de más duros flojean.

Ánimo a todos y si os hace falta desahogaros, no lo dudéis con un amigo o un desconocido, que no se os enquiste la pena que se acumula y acaba desbordando y entonces ya tiene mala solución.

Un abrazo a todos.

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