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viernes, 2 de agosto de 2019

Abandonado en el tiempo


Quería reflexionar un poco acerca del patrimonio histórico y cultural, pero sobre todo del patrimonio material, así que sí no os interesa el tema ya podéis ir cerrando el blog por hoy...si es que esto lo lee alguien.

No hay más que abrir un periódico y todos los días hay, al menos, una noticia dando cuenta de algún paraje quemado o contaminado, o de un colectivo que denuncia la desaparición de una costumbre o profesión, o de la destrucción de un monumento o hallazgo arqueológico.
Entiendo que no soy un testigo imparcial puesto que mi formación es la que es, pero siempre me ha parecido que el patrimonio material de tipo histórico/arqueológico es el más denostado y maltratado de todos. 

No quiero decir con esto que no haya que proteger el resto, la defensa del patrimonio histórico no puede ir en contra de la cultura que legó y del paisaje en el que se estableció, al contrario, pero creo que en ocasiones, muchas...todas, se es demasiado laxo con las afrentas al patrimonio histórico por una sencilla razón...es irrecuperable.
Y me diréis que soy un exagerado y que también ocurre con los atentados al medio ambiente...pero no...o al menos eso creo, pero salvo casos muy extremos (hablo de extinciones de especies o daños causados por el cambio climático y cosas así) el medio ambiente, la naturaleza es una fuerza irresistible, se abre camino, vuelve a ocupar los lugares naturalizándolos y tras un tiempo es posible que el paraje recupere su estado original.

Sin ir muy lejos y recurriendo al cuñadismo de lo reciente podemos citar las zonas irradiadas alrededor de Chernobyl y Fukushima donde la naturaleza, pese a sufrir daños graves, ha conseguido pervivir y probablemente en unas décadas podamos observar que el impacto se ha revertido o al menos atenuado en su mayor parte.

No quiero decir con esto que podamos contaminar libremente, quemar bosques y depositar balsas de residuos químicos o tóxicos en cualquier paraje natural, el entorno hay que protegerlo, vivimos en él y de él. Aunque las jaulas de asfalto en las que nos movemos la mayoría a diario nos puedan dar otra impresión aún dependemos de la naturaleza en muchos modos e incluso los menos obvios son críticos para nuestra supervivencia.

Con el patrimonio inmaterial puede ocurrir algo similar, muchas veces nuestros amigos antropólogos y etnógrafos se quejan amargamente de la desaparición de profesiones o tradiciones que por el irremediable paso del tiempo, el desarrollo feroz, el consumismo desproporcionado y la aculturación tecnológica tienen los días contados.

Es cierto que hay que preservarlas, es cierto que forman parte de nuestra cultura lo mismo una bolillera de Córdoba que un payés de Cabrera, que acumulan un saber para sus profesiones que corre riesgo de desaparecer si no se protege y difunde. O tradiciones como los “peliqueiros” de Laiza o los “picaos” de San Vicente (vistos como fenómenos cultural y dejando a un lado la carga que la doctrina católica ha impreso sobre el sustrato) que nos trasladan forzosamente a otros tiempos donde el origen, la simbología y el sentimiento de estos personajes era mucho más claro y cercano para el observador.

Sin embargo la documentación y musealización de estos conocimientos puede permitirnos preservarlos, como en ámbar, hasta que llegue, tal vez, un momento más propicio en el que se puedan poner de nuevo en valor, permitiendo (hasta cierto punto) una resurrección de esa cultura durmiente como ha ocurrido por ejemplo con los resineros.

Por supuesto mi conocimiento en estos campos es muy limitado y tal vez esté diciendo alguna barbaridad, los comentarios están abiertos como siempre a cualquier corrección, puntualización y enmienda y no me dolerá reformular, matizar o amputar aquello que no sea correcto.

Ahora bien, qué ocurre cuando la piqueta echa abajo una tenería, una atarjea que atravesaba “por donde no debía” o se hormigonan cuevas prehistóricas para poder continuar una obra de una infraestructura...que estamos perdiendo para siempre una parte de nuestro pasado.

Pensad que lo que para nosotros son “unas piedras” que interfieren en la construcción de una nueva autovía para otra persona, quizá un antepasado directo nuestro, fue su hogar y en él vivió mil historias cotidianas y, por qué no, alguna extraordinaria. Esa piedra que tocas también la tocó alguien del mismo modo hace siglos.

Pensad que esos muros que son apenas adobe reseco y agrietado resguardaron del frío a un pequeño que al crecer pudo convertirse en quien diera origen a tu línea genealógica. No es necesario que hablemos de los grandes castillos de señores acometiendo heroicidades con armaduras bruñidas para sentir lo que han significado los refugios para el ser humano.

La información que puede dar a las nuevas generaciones de arqueólogos incluso la arena que se ha introducido entre las hiendas de un pequeño muro por estar donde está es impagable y se pierde si se derriba el muro y la arena cae al suelo. Entiendo que se piense que exagero, que algo tan minúsculo y superfluo no puede ser tan relevante, pero lo es.

Los resultados de un análisis secundario de una muestra aparentemente anodina pueden hacer replantearse dataciones y relaciones de un yacimiento con su entorno y con otros, reestructurando la manera de entender un periodo de tiempo en una zona y abriendo nuevas sendas por las que investigar nuestro pasado.

El hecho de que un fragmento de cerámica perfectamente datable e identificable aparezca medio metro desplazado en cualquier vector puede trastocar totalmente la verosimilitud de un estudio estratigráfico o al menos aportar nuevas concepciones sobre los lugares investigados.

Por eso en el caso de los bienes materiales es tan importante su preservación y su estudio, porque cada día que pasa los perdemos un poco más, y es terrible cuando se ve la indolencia política valorando actuaciones en términos puramente económicos o de rentabilidad electoral. “Cuesta menos dejar que se caiga y reconstruirlo que realizar las labores de mantenimiento y restauración necesarias para frenar su deterioro” así de literal, de claro y así de crudo lo dicen nuestros magníficos gestores con el aplauso general, porque más vale salvar unos millones de euros que nuestro pasado.

Igual mi visión es extremadamente catastrofista por ser castellanoleonés, ya sabéis, de esa tierra que va camino de ser sólo campo y ruinas aderezadas por alguna bodega/restaurante donde ponerse como el quico con los productos de la tierra...veremos en unas generaciones quién se encarga de proveer esos productos cuando no quede nadie que quiera vivir en medio de un erial abandonado.

Tengo claro que el “progreso” es imparable, tampoco pido tanto, pero sí que cuando se acometan unas obras que tengan un impacto ambiental y patrimonial se haga con la profesionalidad que requiere en todos los campos y no simplemente siguiendo unas tablas de baremación de “daños asumibles” que valen lo mismo para Minglanilla de la Sierra que para Tombuctú y que permiten que sin incumplir la ley se la circunvale completamente, con el conocimiento de la administración, que debería ser la primera interesada y garante de que no sólo se cumpla “la letra de la ley” si no, también, su espíritu, reformándola si fuera preciso.

Por supuesto esto no es más que una reflexión a vuelapluma y para no dejar la entrada tan bajonera, si os gusta el tema, por favor seguid a gente como "Las Gafas de Childe"  que además es amigo, o las cuentas de twitter de Amasamune54, Empeltada o JL Hoyas que son gente en activo en el ramo, muy majos, y que saben mucho y seguro que os redirigen a gente super interesante.

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